En el mes de agosto de 1927, la Secretaría de Gobierno de Nuevo León recibió un oficio enviado por el juez civil de la Hacienda de
Espinazo, Tomás Olivares, en el cual advertía al gobierno de la presencia de un curandero que estaba embaucando al pueblo.1 El curandero al que Olivares acusó de farsante era nada más y nada menos que Fidencio Santorá Constantino, mejor conocido como el niño Fidencio, quien adquirió gran popularidad debido a su habilidad para sanar personas.