Una vez establecidos los elementos fundamentales de la cosmología relativista, esto es, la teoría de la relatividad con su remate en la ecuación de campo de Einstein, la hipótesis de Hubble de la expansión del universo y la consideración de la radiación cósmica como un remanente fósil de la explosión originaria, se imponía dotar a este engendro, denominado teoría del Big Bang, de un sustento matemático-geométrico aparatoso, complicado, realmente inextricable que, partiendo del prejuicio conforme al cual la matemática es la ciencia de las ciencias, en cuyas fórmulas y ecuaciones se encuentra la verdad del universo, le proporcionase sin apelación el carácter de una verdad científica absolutamente inobjetable. De esta tarea se hicieron cargo dos “mentes brillantes”: Penrose y Hawking.