Yo sé que no es bueno hablar mal de los difuntos, pero no nada más se burló de que yo creyera en aparecidos: dio a entender que yo era un ignorante. Y además, enfrente de todos los que estaban en la cantina. No sé cómo me quedé callado. Terminé de tomar mi cerveza, pagué y me fui. Iba tan encabronado, que me daban ganas de regresar a matarlo.