Se acercaba con su gracia de niña, caminando alrededor de mí mientras yo preparaba menjurjes, preguntando por cada cosa que observaba, sin importar el tiempo que me llevara en explicarle. La miraba, tentado por su inocencia, y me olvidaba de encargos y plazos de entrega. Prefería inventarle historias para disfrazar los males que acarreaban mis brebajes, ideando curaciones para enfermedades que ni a Dios se le habían ocurrido.