En las elecciones de julio de 2012 todas las condiciones estaban maduras para el retorno de los grandes capitalistas al poder en la persona de su representante político, el PRI: la memoria de sus abusos y arbitrariedades se había diluido con el paso del tiempo, el régimen de la alternancia había sido incapaz de sacar adelante las llamadas “reformas estructurales” y la democracia neoliberal había rendido sus frutos al conseguir la total y absoluta domesticación de la oposición de izquierda; redimido el PRI, demeritado el PAN y domesticado el PRD, el triunfo de Enrique Peña Nieto estaba plenamente garantizado.